
El Brexit que viene
Dentro de la incertidumbre general que vive en el entorno económico mundial, uno de los principales focos de atención está situado en el fin de las relaciones de cuatro décadas de la Unión Europea y el Reino Unido. La preocupación que genera esta incertidumbre es grande. Recientemente asistí al VIII Seminario Ibérico de Economistas, en el que claramente quedaron de manifiesto las negativas repercusiones que supone el Brexit para España y Portugal, y más si se produce de forma desordenada.
Si ya un ancestral proverbio chino aseguraba que «el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo», una disrupción económica como es el caso del Brexit, en un sistema tan complejo y dinámico como el contexto europeo, puede producir ciclogénesis económicas.
Reino Unido es el quinto socio comercial de España. Entre 2016 y 2017 se incrementaron las exportaciones tanto españolas como portuguesas al reino Unido en un 20%. Las cosas parecían ir bien para nuestro PIB. Las exportaciones suponen en España el 3,3% del total. Estamos un poco por debajo de la media europea, pero por encima de mercados como el francés y el italiano. Les vendemos bienes de consumo –tabacos, bebidas y alimentos, industrias que se verían intensamente afectadas por el Brexit-, pero también nuestras exportaciones de vehículos a motor o las relacionadas con la agricultura, las telecomunicaciones o los servicios financieros miran con preocupación las noticias que llegan desde el Reino Unido.
En cuanto al turismo, siendo el suyo el primer mercado emisor, aportando el 23% del total de las llegadas a nuestro país, la situación es preocupante. De momento, la preocupación no pasa de ahí: bien es verdad que en 2018 algo ha disminuido, pero, en contrapartida, esos turistas incrementaron el gasto en España. Las previsiones para el 2019 eran catastróficas para el sector, estimándose unas pérdidas de 1.500 millones de euros y 2,7 millones de turistas. La prórroga del Brexit hasta octubre ha salvado parcialmente esta temporada. La previsible caída de la cotización de la libra tras el Brexit, en un mercado tan sensible como el turismo británico, es uno de las consecuencias lógicas y que influirán negativamente. A esto hay que sumar la inseguridad sobre qué va a pasar con determinados aspectos que maneja el sector –guías turísticos, circulación de vehículos, mercado aéreo, controles en aeropuertos – y que dejan a las empresas y a sus trabajadores en una incómoda situación.
Otra de las grandes incertidumbres es la situación en los trabajadores más allá del 2020. Según el INE, el mayor incremento de población de nacionalidad española residente en el extranjero en 2018 se ha dado en el Reino Unido – 11.316 personas-. Y, por quinto año consecutivo, la Agencia Británica de Estadísticas universitarias -HESA– ha registrado un aumento del 6% de estudiantes procedentes de España. Parece que no existe miedo al Brexit, por lo menos en este periodo transitorio. Reino Unido quiere frenar la inmigración europea, y puede ser que así sea, con las medidas que ya se conocen –limitación a la libre circulación de personas precisando visados y permisos de trabajo, pérdidas de derechos sanitarios, sociales y ciudadanos- y los que aún han de negociarse – fiscalidad, cotizaciones–.
Portugal vive una situación similar a la nuestra, o incluso más preocupante, ya que tiene sectores más sensibles y directamente afectados por el referéndum, como son el textil, el calzado o los vinos de Oporto. Para Portugal, Reino Unido es su cuarto cliente y de él dependen el 26% de las exportaciones.
A todo esto hay que sumar el descenso en los presupuestos europeos, nada desdeñable, por la pérdida de un miembro que aportaba, y mucho.
Un Brexit “ordenado” reduciría nuestro PIB en 0,5 puntos, y uno “desordenado”, a lo que todo parece apuntar, en 0,9. En el citado VIII Seminario Ibérico de Economistas, Valentín Pich, nuestro presidente del Consejo General de Economistas de España, puso como ejemplo a Portugal en su forma de trabajar para paliar los efectos de esta brusca salida de Europa del Reino Unido, combinando medidas sociales con medidas de ajuste. Y es que, desde un primer momento, y viéndolas venir, Portugal activó políticas tendentes a mermar los daños del Brexit. A pesar de las pérdidas, cuantificables en el sector textil en unos 50 millones de euros por ejemplo, Portugal no tira la toalla en Europa y tiene el punto de vista orientado hacia los mercados internos de la UE27, que deja libres Reino Unido. El pasado en común entre ambos países es un valor nada desdeñable que seguro se aprovechará desde el gobierno luso para recordar que fueron ellos quien, junto con los británicos, firmaron el primer tratado comercial, el Tratado de Windsor. En este contexto histórico, el papel de España no sale muy bien parado, contando Portugal con el apoyo británico en los intentos anexionistas españoles del siglo XIV, y los enfrentamientos de la reina Isabel I de Inglaterra y Felipe II en el XVI.
De nuevo queda en manos de la buena gestión política, el encontrar para España argumentos y medidas creativas, buscar las oportunidades y sumarnos a la proactividad del país vecino en este tema, subsanando históricos enfrentamientos y olvidos. La pieza del Brexit descompone el puzle europeo, pero crea una nueva imagen en la que España y Portugal pueden perder mucho, pero también ganar.
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